Seleccionar embriones es según la iglesia católica una técnica eugenésica. Poco importa que al hacerlo se salve una vida o se evite el sufrimiento de un ser que con toda probabilidad nacería gravemente enfermo o minusválido. La Iglesia también creía que la tierra era plana y estática, y que el Sol y todo el firmamento giraban alrededor de ella. También pensaba que Dios había creado el universo en siete días. Ni uno más, ni uno menos. Luego cambiaron de idea. No les quedó más remedio. La ciencia demostró que nuestro planeta era redondo y que entre su formación y la llegada de la vida habían pasado no unos cuantos días sino más bien unos cuantos miles de millones de años. Ahora le toca el turno a la genética. No han cambiado de mentalidad, solamente han cambiado la diana sobre la que disparar sus envenados dardos, su cerrazón mental y su mala leche. Si por ellos fuera estaríamos todavía en la edad media, sometidos a su santísima voluntad, por supuesto. Mejor harían en decirles de una vez y para siempre a los creyentes si existe el limbo o no. Porque es un cachondeo que con cada nuevo pontífice el limbo aparezca y desaparezca como la isla canaria de San Borondón. Pero al obispo de Roma todo eso le trae sin cuidado, según parece su infalibilidad es tan infinita que hasta cuando se equivoca tiene razón.
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