sábado, 4 de julio de 2020

Así perdimos a la generación que cambió España


Lo que sigue es un fragmento del reportaje de Pablo de Llano publicado en el diario El País el 28 de Junio de 2020. Lo comparto aquí porque me ha emocionado. 

"El coronavirus ha sido la última prueba de resistencia para toda una generación. El 86% de los casi 30.000 muertos reconocidos oficialmente en España hasta la fecha tenía más de 70 años. De ellos, el mayor porcentaje superaba los 80" (...) "Al final, en sus casas, en hospitales o en residencias, auténticas trampas sin salida, muchos fallecieron solos, después de haber dado tanto." 

"A los que sufrieron la guerra; los que pasaron hambre durante la tísica posguerra; los que atravesaron la larga noche de piedra del franquismo, ¡Franco! ¡Franco! Franco!; los que tuvieron que emigrar y luego volvieron y los que vieron emigrar a los que no volvieron; los que fueron obligados desde niños a creer en Dios; los que iban a misa a regañadientes y los que iban dichosos; los hombres que trabajaron y trabajaron y trabajaron y las mujeres que criaron –y trabajaron y trabajaron y trabajaron–; los que impulsaron el desarrollismo y pudieron comprarse su primer coche (un Simca 1200, un Renault 6, un Seat 850) y disfrutarlo, cuidarlo, venerarlo; las que necesitaron permiso paterno para independizarse antes de los 25 años o permiso de su marido para poder tener un empleo y, también, las que después de todo eso pudieron ponerse un bikini; los que nutrieron el movimiento sindical y, también, los que no lo hicieron; los que escucharon “Españoles, Franco ha muerto” y los que escucharon “Puedo prometer y prometo”; los que no pudieron estudiar pero un día vieron a sus hijos y a sus nietos sacarse carreras y ser abogados, doctoras, arquitectas, ingenieros, profesores, científicas y tantas otras cosas que tanto los llenaron de orgullo; los que votaron al PSOE y los que votaron al PP; los que llegaron a comprarse una segunda vivienda en la costa; los que después de una vida de tanto curro pusieron los pies a remojo en las playas de Benidorm; los que después de que cayera Lehman Brothers abrieron la hucha para apoyar a sus hijos, a sus familias y a la economía nacional; los que vivían jubilados en sus casas; los que vivían jubilados en residencias; a los miles, miles, miles, miles de mayores que se tragó la bola de nieve del coronavirus. Descansen en paz."

lunes, 8 de junio de 2020

La ¿Nueva? Normalidad


Un día me dijeron: “Quédate en casa”. Y me quedé. Y a ese quedarse en casa lo llamaron confinamiento. Y el confinamiento me hizo darme cuenta del vértigo que habíamos instalado en nuestra existencia, del estruendo que nos rodeaba, de la híper-conexión a la que voluntariamente nos habíamos sometido y de la intoxicación que sufríamos. Y pude escuchar el silencio. Y ser consciente de la falta que me hacía.

Conocí una época en la que todo era más sereno, sencillo y tangible. Hoy en mi salón hay más pantallas que ventanas, y el hecho de que pase más tiempo mirando a través de aquellas que de estas me resulta cuando menos desconcertante. A veces da la impresión de que las plantas de mi balcón se ven menos nítidas, yo diría que hasta más pixeladas, que las flores en Ultra HD en la televisión. Es difícil discernir lo que es real de lo que no.

El mundo detenido ha dejado un poso profundo de melancolía en mi interior. He de confesar que la ciudad desierta resultaba tan inquietante como poéticamente bella. Las calles vacías, o mejor dicho, las calles invadidas por ardillas, más que de tristeza me inundaron de melancolía. Suspiraba por una cabaña en el campo y un bosque de árboles frente a mi puerta. "No hay nostalgia peor", cantaba Sabina, "que añorar aquello que nunca jamás sucedió. 

La ciudad en la que vivo da hoy un paso más hacia la tan cacareada nueva normalidad, pero no estoy seguro de que eso me haga sentir reconfortado porque, más que nueva, lo que parece venir es un mal remedo de la vieja. Más de lo mismo pero peor.

El caso es que tanto hablar de la vuelta a lo cotidiano y ahora que empieza a llegar me descubro instalado en una inmensa paradoja: Extraño la "anormalidad". Y cuando nadie me obliga a estar encerrado más que nunca me resguardo del mundo tras mis candados. La verdad, no sé si estoy preparado para que lo que antes se consideraba “normal” reaparezca.