lunes, 29 de mayo de 2023

Manual de Resistencia

 

Pedro Sánchez lo ha vuelto a hacer, los ha descolocado a todos.

En el PP se acostaron habiendo ganado las elecciones y se han levantado inmersos en una campaña electoral. En su gran día, han abierto los diarios para verse sonrientes saltando en el balcón de Génova y se han encontrado otra vez con la foto de su némesis. Han buscado columnas que loasen su victoria y se han topado con un aluvión de artículos diseccionando la decisión presidencial de adelantar los comicios: Unos la tildan de audaz, otros de temeraria. Da igual, ha pasado solo medio día y nadie habla ya de quién ganó o perdió las elecciones de ayer.

Ni en sus mejores sueños podía el PP imaginar que obligaría a Sánchez a un adelanto electoral, pero ni en sus peores pesadillas se le pudo ocurrir que lo hiciera en doce horas. Ahora las autonómicas y municipales son ya historia. Los vencedores lo son menos y los perdedores también. Sin tiempo para celebraciones o duelos, ambos están de nuevo en la arena, y lo que hoy debía llenar columnas y tertulias se ha convertido en material mohoso de hemeroteca ¿Es o no es una jugada maestra?

Agárrense para lo que viene y que nadie venda la piel del oso antes de cazarlo. Sobre todo si el oso se apellida Sánchez y tiene un "Manual de Resistencia". 

Elecciones anticipadas: todo o nada

 

Dicen en el PP que Sánchez se ha rendido, pero yo no lo veo tan claro. Al contrario, una vez más su inesperado movimiento, al adelantar las elecciones, podría acabar demostrándose una jugada maestra como tantas a las que ya nos tiene acostumbrados. Solo el tiempo lo dirá.

Su campaña en positivo se le torció (o se la torcieron) y el líder socialista ha decidido sacar ahora de la chistera, y sin miramientos, el conejo que hasta ahora se había resistido a mostrar: El miedo a la derecha. Y lo hará en una campaña electoral que prácticamente coincidirá con la retransmisión en directo de la formación de multitud de gobiernos locales y autonómicos en los que entrará VOX.

Para el conjunto de partidos a la izquierda del PSOE la consecuencia de este adelanto es clara: Ya no hay tiempo para más desencuentros, ni para más egos, ni para seguir desojando la margarita de las primarias. Tienen diez días, ni uno más, para decidir si quieren ir juntos a las elecciones o sucumbir ante VOX y la ley D’Hont.

Y para el electorado progresista que el 28-M se abstuvo, para esos votantes tan orgullosamente críticos ellos y tan propensos a enfadarse con sus líderes y castigarles sin su voto, el mensaje del presidente del gobierno convocando urgentemente a las urnas es increíblemente claro: Si queréis que Santiago Abascal sea el próximo vicepresidente del gobierno de España, quedaos otra vez en casa el 23 de Julio ¡Imbéciles!

miércoles, 27 de octubre de 2021

Pool Melocotonero

 

Entro en un mercado pintado de azul con estrellas amarillas para comprar diez kilos de melocotones. Pregunto el precio en los tres únicos puestos que hay. En el más barato están a un euro pero solo disponen de un kilo. Lo compro. En el otro puesto están a dos euros pero no les quedan más que ocho kilos. Me los llevo también y adquiero el último kilo en el puesto más caro a cinco euros. Hago cuentas. He gastado un total de veintidós euros, es decir, de media cada kilo de melocotones me ha salido a dos euros con veinte céntimos.  

Cuando voy a salir en la puerta me dan el alto los fruteros y una señora llamada Usurera Von Der Market. Ella me explica que en ese mercado el precio de "todos" los melocotones lo determina aquel que vende más caro, por lo que tengo que pagar a cinco euros cada kilo de melocotones que he comprado y que no podré salir de allí hasta haber abonado los veintiocho euros que aún les debo a esos señores (cuatro al primer frutero y veinticuatro al segundo).

Yo dudo, protesto y hago amago de resistirme. La señora Von Der Market me sujeta mientras los fruteros me sacan la cartera del bolsillo y se apropian el dinero que dicen les adeudo. Después se alejan de allí sospechosamente sonrientes mientras exclaman: “Benditos beneficios caídos del cielo”.

De pronto el móvil empieza a sonar. Tengo intención de contestar pero en ese momento me despierto. Estoy en la cama y el teléfono efectivamente está sonando, pero no se trata de una llamada sino de la alarma que había fijado para las cuatro de la madrugada. Es la hora de poner la lavadora.

jueves, 8 de abril de 2021

Vivir y morir a la madrileña (Por la regla de tres)

 

Con una escalofriante cifra de 341.000 fallecidos por COVID-19 a día de hoy, Brasil, el sexto país más poblado del mundo, llena titulares y es por lo general utilizado en las noticias como ejemplo de una desastrosa e ineficiente gestión frente a la pandemia. Pero las matemáticas no son ni tan caprichosas ni tan maleables como lo son la política y los medios de comunicación, y aquella simple regla de tres que nos enseñaron en la escuela sigue sirviendo, hoy como entonces, para mucho más que sacar buena nota en el examen.

Brasil tiene una población de 212.740.000 habitantes, por lo que la tasa de mortalidad por COVID-19 en aquel país es de 160 personas por cada cien mil habitantes. Eso significa que el gigante sudamericano tiene, exactamente, la misma tasa de mortalidad que España donde, hasta la fecha, ha habido 76.037 fallecidos con una población de 47.351.567 habitantes.

Apliquemos ahora la misma regla de tres a la comunidad que, durante toda la pandemia, ha presidido Isabel Díaz Ayuso: Madrid tiene 6.779.888 habitantes y el número actual de fallecidos por COVID-19 asciende a 14.662. La tasa de mortalidad de la comunidad madrileña es por tanto de 216 personas por cada cien mil habitantes.

Lo voy a repetir para que quede bien claro: Por cada cien mil habitantes en Brasil han muerto 160 personas a causa de la COVID-19 desde el inicio de la pandemia mientras que en Madrid han fallecido 216. Un 35% más.

Se trata de una operación matemática sencilla como un juego de niños pero su resultado es tremendo, bochornoso y demoledor porque deja a la intemperie una realidad tan mensurable como terriblemente cruel: Que esa forma “única” de vivir a la madrileña que la presidenta de Madrid decía querer defender el día que decidió disolver la asamblea y convocar elecciones anticipadas, conlleva en realidad una forma “única” (y dramática) de morir a la madrileña.

Sí, porque en la comunidad de Madrid, desgraciadamente, y en lo que a la COVID-19 se refiere, se muere, efectivamente, de una forma “única”. Es decir, se muere mucho más que en Brasil, mucho más que en la mayoría de las restantes comunidades autónomas y mucho más que en otros países de la Unión Europea y de nuestro entorno.

No lo digo yo. Lo dice la regla de tres.          

sábado, 4 de julio de 2020

Así perdimos a la generación que cambió España


Lo que sigue es un fragmento del reportaje de Pablo de Llano publicado en el diario El País el 28 de Junio de 2020. Lo comparto aquí porque me ha emocionado. 

"El coronavirus ha sido la última prueba de resistencia para toda una generación. El 86% de los casi 30.000 muertos reconocidos oficialmente en España hasta la fecha tenía más de 70 años. De ellos, el mayor porcentaje superaba los 80" (...) "Al final, en sus casas, en hospitales o en residencias, auténticas trampas sin salida, muchos fallecieron solos, después de haber dado tanto." 

"A los que sufrieron la guerra; los que pasaron hambre durante la tísica posguerra; los que atravesaron la larga noche de piedra del franquismo, ¡Franco! ¡Franco! Franco!; los que tuvieron que emigrar y luego volvieron y los que vieron emigrar a los que no volvieron; los que fueron obligados desde niños a creer en Dios; los que iban a misa a regañadientes y los que iban dichosos; los hombres que trabajaron y trabajaron y trabajaron y las mujeres que criaron –y trabajaron y trabajaron y trabajaron–; los que impulsaron el desarrollismo y pudieron comprarse su primer coche (un Simca 1200, un Renault 6, un Seat 850) y disfrutarlo, cuidarlo, venerarlo; las que necesitaron permiso paterno para independizarse antes de los 25 años o permiso de su marido para poder tener un empleo y, también, las que después de todo eso pudieron ponerse un bikini; los que nutrieron el movimiento sindical y, también, los que no lo hicieron; los que escucharon “Españoles, Franco ha muerto” y los que escucharon “Puedo prometer y prometo”; los que no pudieron estudiar pero un día vieron a sus hijos y a sus nietos sacarse carreras y ser abogados, doctoras, arquitectas, ingenieros, profesores, científicas y tantas otras cosas que tanto los llenaron de orgullo; los que votaron al PSOE y los que votaron al PP; los que llegaron a comprarse una segunda vivienda en la costa; los que después de una vida de tanto curro pusieron los pies a remojo en las playas de Benidorm; los que después de que cayera Lehman Brothers abrieron la hucha para apoyar a sus hijos, a sus familias y a la economía nacional; los que vivían jubilados en sus casas; los que vivían jubilados en residencias; a los miles, miles, miles, miles de mayores que se tragó la bola de nieve del coronavirus. Descansen en paz."

lunes, 8 de junio de 2020

La ¿Nueva? Normalidad


Un día me dijeron: “Quédate en casa”. Y me quedé. Y a ese quedarse en casa lo llamaron confinamiento. Y el confinamiento me hizo darme cuenta del vértigo que habíamos instalado en nuestra existencia, del estruendo que nos rodeaba, de la híper-conexión a la que voluntariamente nos habíamos sometido y de la intoxicación que sufríamos. Y pude escuchar el silencio. Y ser consciente de la falta que me hacía.

Conocí una época en la que todo era más sereno, sencillo y tangible. Hoy en mi salón hay más pantallas que ventanas, y el hecho de que pase más tiempo mirando a través de aquellas que de estas me resulta cuando menos desconcertante. A veces da la impresión de que las plantas de mi balcón se ven menos nítidas, yo diría que hasta más pixeladas, que las flores en Ultra HD en la televisión. Es difícil discernir lo que es real de lo que no.

El mundo detenido ha dejado un poso profundo de melancolía en mi interior. He de confesar que la ciudad desierta resultaba tan inquietante como poéticamente bella. Las calles vacías, o mejor dicho, las calles invadidas por ardillas, más que de tristeza me inundaron de melancolía. Suspiraba por una cabaña en el campo y un bosque de árboles frente a mi puerta. "No hay nostalgia peor", cantaba Sabina, "que añorar aquello que nunca jamás sucedió. 

La ciudad en la que vivo da hoy un paso más hacia la tan cacareada nueva normalidad, pero no estoy seguro de que eso me haga sentir reconfortado porque, más que nueva, lo que parece venir es un mal remedo de la vieja. Más de lo mismo pero peor.

El caso es que tanto hablar de la vuelta a lo cotidiano y ahora que empieza a llegar me descubro instalado en una inmensa paradoja: Extraño la "anormalidad". Y cuando nadie me obliga a estar encerrado más que nunca me resguardo del mundo tras mis candados. La verdad, no sé si estoy preparado para que lo que antes se consideraba “normal” reaparezca. 

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Una de aceite, jamones y chorizos

Sólo días han pasado desde que la OMS nos amargara el puente de todos los santos haciéndonos saber que comer carne procesada era malísimo y nos podía causar cáncer. Y ahora resulta que la OCDE nos informa de que España es el segundo país más longevo del mundo, es decir, que somos un portento en eso de aferrarnos con uñas y dientes a esta vida y alargar nuestra estancia aquí hasta donde otros ni sueñan, y eso incluso a pesar de tener como presidente del gobierno a Rajoy.

Por lo visto encabezamos todas las listas de hábitos peligrosos habidos y por haber, dormimos poco y mal, fumamos como carreteros, soplamos vino y cerveza como esponjas y nos hinchamos de morcilla, salchichón, sobrasada y jamón; pero resulta que vivimos más que nadie ¿Cómo se explica? A uno le da por pensar que de suprimir tan perniciosos hábitos llegaríamos a vivir 200 años, o a ser directamente inmortales. Pero obviamente no es así.

Yo creo que aquellos que con precisión cirujana se esfuerzan una y otra vez en recordarnos la  cantidad de años que nuestras malas costumbres van a restar a nuestra vida, olvidan siempre considerar para sus cálculos los años que ganamos disfrutándola. Ser felices también influye en el cómputo total. Y los españoles, contra viento y marea, nos hemos hecho expertos en ello.

En cuanto a la credibilidad de la OMS, los que tengan más o menos mi edad recordarán –y a los más jóvenes les interesará saber- que la misma sabia organización que ahora nos alerta sobre las perniciosas consecuencias de consumir carnes procesadas, curadas o saladas afirmó tajantemente en los años setenta del siglo pasado que el aceite de oliva era fatal para nuestra salud. Según ellos aumentaba el colesterol a niveles estratosféricos y en consecuencia el riesgo de padecer un infarto. Nuestros médicos de cabecera, alarmados, nos aconsejaron suprimirlo y sustituirlo por aceites considerados maravillosos en aquellos tiempos, a saber, girasol, soja y colza ¡Sí! ¡Colza! ¿Les suena?

300.000 hectáreas de olivos se arrancaron en Andalucía para plantar bonitos girasoles que hubieran hecho las delicias de Van Gogh. No tengo nada contra las fotogénicas plantas que producen esas pipas deliciosas cuyo consumo con o sin sal, sentados en un banco del parque de nuestro pueblo hasta dejar el suelo convertido en pocilga, forma parte también de nuestra idiosincrasia nacional. Pero es que allí, donde hoy se giran conforme el sol avanza esas herbáceas oleaginosas, había decenas de miles de olivos centenarios que producían eso que ahora, la misma OMS, miren ustedes, llama el aceite de la vida, el oro líquido, la joya de todas las dádivas que la madre naturaleza nos regala. Ese aceite verde elevado casi a la categoría de medicamento y que en algunas tiendas de la ciudad en la que vivo se vende en botellas de 200 ml a precio de Chanel.

De modo que, casi medio siglo después, vuelve al ataque la OMS y pretende que yo, que por hacerles caso me pasé años aliñando la ensalada con aceite de maíz porque temía morirme antes de los treinta si seguía consumiendo el de oliva, les haga caso de nuevo y me crea ahora que la caña de lomo y el jamón ibérico son alimentos diabólicos que tengo que evitar. 

Como dice una amiga mía, nuestro verdadero problema nacional de salud no es la carne procesada sino la cantidad enorme de chorizos que andan por ahí sueltos sin procesar. Seguro que sin ellos no seríamos el segundo sino el más longevo país del mundo. Por cierto, el primero es Japón, pero por suerte el sushi también me gusta.