Un tren se dispara a 190 kilómetros por hora en una vía por
la que como máximo puede circular a 80 y no existe un sistema de seguridad que
lo detenga, pero el desastre, sin mediar investigación, ya tiene chivo expiatorio: el
maquinista ¡Faltaría más!
Y yo me pregunto ¿Qué habría pasado si el maquinista hubiera sufrido un infarto? En primer lugar, una línea de alta velocidad no puede verse interrumpida bruscamente por una curva imposible que forma parte del trazado antiguo tradicional. En segundo lugar, la seguridad de un tren de alta velocidad no puede quedar bajo la exclusiva responsabilidad de una persona. Lo que hace a la alta velocidad tan fiable no son solamente sus vías, sus locomotoras y sus vagones, es, sobre todo, la tecnología punta en materia de seguridad que debe controlar en todo instante cada movimiento del tren y permitir forzar incluso el que un convoy se detenga si algo no va bien. Y esa tecnología no estaba presente en el tramo en el que ocurrió el accidente. No es que fallara, es que no existía. Y no existía porque ese tramo no es de alta velocidad.
Y yo me pregunto ¿Qué habría pasado si el maquinista hubiera sufrido un infarto? En primer lugar, una línea de alta velocidad no puede verse interrumpida bruscamente por una curva imposible que forma parte del trazado antiguo tradicional. En segundo lugar, la seguridad de un tren de alta velocidad no puede quedar bajo la exclusiva responsabilidad de una persona. Lo que hace a la alta velocidad tan fiable no son solamente sus vías, sus locomotoras y sus vagones, es, sobre todo, la tecnología punta en materia de seguridad que debe controlar en todo instante cada movimiento del tren y permitir forzar incluso el que un convoy se detenga si algo no va bien. Y esa tecnología no estaba presente en el tramo en el que ocurrió el accidente. No es que fallara, es que no existía. Y no existía porque ese tramo no es de alta velocidad.
Hablan del primer accidente de la alta
velocidad española pero, dejémoslo claro, la línea Madrid-Ferrol no es ni alta
velocidad ni es nada. Es solamente un remiendo de antiguos trazados tradicionales de
ancho ibérico mezclados con modernos trazados de ancho europeo de alta velocidad, máquinas de su
padre y vagones de su madre. Todo muy bien amalgamado para que salga más barato y pueda ser inaugurado justo a tiempo antes de las elecciones.
Ahora todos se lamentan y se echan a temblar
pensando en las posibles consecuencias económicas y los suculentos proyectos internacionales
cuya adjudicación podría verse comprometida como consecuencia de este accidente. Les ha
faltado tiempo para dejar de llorar a los muertos y empezar a temer por su
cartera y por la forma en que afectará a la tan manoseada marca España. Pero si
hay algo que este accidente ha hecho es precisamente reforzar la idea que los
ciudadanos tenemos de la dichosa marca, de nuestros políticos, nuestra
administraciones y nuestras infraestructuras. Este fatal accidente no ha sido
más que la constatación, la viva imagen y el doloroso resultado de lo que todos conocemos desde siempre como la “chapuza
nacional”, la única y auténtica marca España de cuya existencia tenemos constancia plena porque la
sufrimos cada día.
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