Mi amigo José es limeño. Una tarde tomando cervezas en Miraflores
me dijo muy convencido “A ver cuando ustedes, los españoles, nos devuelven el oro que nos
robaron”. A mí me dio un ataque incontrolable de risa y con gesto dulce lo tomé
del brazo y lo acerqué hasta un espejo “Mírate bien” Le dije “Tus ojos son
azules, tu pelo rubio, tu piel blanca como la leche y tu apellido es Schwartz”.
Los españoles nunca robaron oro alguno a los descendientes de europeos que
ahora gobiernan América Latina y no se empachan hablando de los derechos de sus
pueblos. Los pueblos de América siguen por liberar. Quechuas, nahuas,
aimaras, mayas, guaraníes, yanomamis y tantos otros, siguen sin recuperar la
tierra que les fue arrebatada. Mi amigo Pepe aprendió en la escuela peruana que los
españoles somos el diablo y los culpables de todos sus males. Nunca antes se
había mirado al espejo ni se había planteado que el oro robado no era suyo ni
de sus antepasados, era de otros, y si tuviera que ser devuelto no debería ser
ni para él ni para ninguno como él. Bolívar era un aristócrata descendiente de
españoles y gran amigo de Napoleón, a quien indisimuladamente pretendía parecerse. El
libertador, como pomposamente lo llaman, nunca liberó a los pueblos de América.
Él solamente libero a los suyos, a los blancos como él, para que nunca más tuvieran que pagar impuestos a la
metrópoli. “América es nuestra” dijo, y obviamente al hacerlo no se refería
precisamente a los indígenas. La historia la escriben siempre los vencedores.
En los Andes, en los desiertos de América del Norte, en las selvas amazónicas,
los perdedores siguen sin poder contar la suya.
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