sábado, 21 de mayo de 2011

En España también hay primaveras

La jornada de reflexión electoral más ruidosa de la historia de nuestra democracia ha comenzado a las 00:01 horas de hoy, 21 de Mayo de 2011, con más de cien mil personas acampadas en 116 ciudades españolas. La mayoría son jóvenes universitarios, llenos de utopías y de sueños rotos por culpa de un sistema y una sociedad que lo único que se han preocupado de ofrecerles últimamente es un espacio muy grande y controlado para el botellón del fin de semana. Pero es viernes por la noche y al parecer estos chicos no se han enterado de nada, porque resulta que no solamente no están donde debían estar, es decir, en el descampado de su pueblo hartándose de alcohol, sino que se han puesto a hacer grupos de trabajo concentrados en carpas en pleno centro, durmiendo al raso, organizando asambleas y planteando exigencias y reivindicaciones, clamando contra políticos y banqueros, reclamando democracia real ya. Ahí es nada. Es verdad que España no es Túnez, ni Egipto, ni Libia, pero todos sabemos que nos sobran razones para convertir cada plaza de nuestras ciudades en una Plaza de la Liberación más. No tenemos un dictador al que echar, pero nos sobran políticos corruptos y empresarios sin escrúpulos tan retorcidos, canallas, manipuladores y mafiosos como cualquiera de esos gerifaltes norteafricanos cuyas cabezas tanto nos alegra ver caer. Los blogs y las redes sociales han cruzado el Mediterráneo. Aquí también es primavera y también tenemos internet. Esta vez la revuelta toca en casa.

lunes, 16 de mayo de 2011

No era esto

Abandonar a los estados miembros a su suerte si las cosas vienen mal dadas. Echar el cerrojo en las fronteras si un país recibe un aluvión de emigrantes procedentes de cualquiera de los más de mil y un desastres humanitarios que se otean en el horizonte. Esa es la propuesta ya defendida por una mayoría de los países miembros de la Unión Europea. Nos vendieron esta Europa como la de los ciudadanos. Siempre supimos que era en realidad la Europa de la empresas eléctricas, de la banca, de los fabricantes de automóviles y las compañías aéreas. La Europa de las multinacionales que se han hecho de oro con la misma velocidad con que la población se ha empobrecido. Y aun así aceptamos ilusionados el caramelo de una Europa sin fronteras con su moneda única que parecía sacada de una partida de Monopoli. Un sueño casi tan fantástico como una película de Disney para hombres y mujeres que medio siglo antes se estaban matando entre sí. Aunque el de Europa sea un matrimonio de conveniencia, como en cualquier enlace debemos estar unidos en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en la tristeza. En vez de cerrar otra vez las fronteras, Europa debería asumir como propios los problemas que se presenten en aquellos países que por su situación sean más propensos a recibir oleadas de emigración irregular, y ayudar a prevenirlos, a manejarlos si se producen y a buscar soluciones. Si no les gusta nuestra frágil y sensible realidad mediterránea que no nos hubieran aceptado de entrada. Nuestra particularidad geográfica no es cosa de hace dos meses. Es milenaria y está históricamente documentada. En las costas de Italia y España han desembarcado cuantas civilizaciones y cuantos invasores hubo a lo largo y ancho de este Mare Nostrum desde que el hombre existe. Nuestra delicada posición formaba parte del paquete que llevábamos incorporado cuando nos subimos a este barco. Y ahora que estamos en él no pueden recriminarnos, ni restregarnos por la cara, que los emigrantes que desembarcan en nuestras playas lo hacen en Italia o en España y son nuestro problema. No señores, no llegan a Italia o a España, llegan a Europa, a la misma Europa de Shell, de Bayer, del Deutsche Bank, de Endesa, del BBVA, de Nestlé, de Inditex, de Nokia, de Telefónica, de BP. No hay dos Europas, no puede haberlas. No podemos permitir una unión sin fronteras para las empresas y otra insolidaria y con controles para el ciudadano de a pie. No era eso lo que nos habían prometido. No era esto.