Debería estar haciendo algo más gratificante para el
espíritu y menos dañino para el alma que leer El País digital a la una de la madrugada
en vísperas del Corpus, mientras mis convecinos están de feria. “Blogueros de
calidad animan la salida de El Huffington Post” reza el titular. Y yo, engañado
vilmente por ese adjetivo calificativo, inmerecido y mentiroso, me dispongo a
leer la lista de las plumas insignes que se supone llenarán de prestigio tal
acontecimiento. Y me entran ganas de llorar. Aunque mi emotividad a lo mejor es
culpa del Gin-tonic, no lo niego, es el tercero y por eso seré benévolo y
aceptaré dejar ese margen a la duda, muy generoso y poco convincente en
cualquier caso, ya que sobrio pensaría igual, de eso estoy seguro, aunque tal
vez no lo expresaría del mismo modo. Porque, cuando dicen blogueros de calidad,
deduzco quieren decir blogueros famosos ¿verdad? O famosillos, vamos, los mismos
de siempre. Y se quedan tan tranquilos y no les remuerde ni lo más mínimo la
conciencia suponiendo que la tengan. A mí, en el mejor de los casos, pensar en
la calidad de los blogs de Rubalcaba o Gallardón, por poner solamente dos
patéticos ejemplos de entre esa pomposa lista de supuestos cualificados
blogueros que han facilitado, me produce un incontrolable deseo de revolcarme a
carcajadas por el suelo. Me van a perdonar ustedes, sean del color político que
sean, pero hay en nuestra sociedad, por fortuna, escritores infinitamente
mejores, y pensadores, y oradores con mayúsculas ante los cuales estos y otros
señores y señoras de su lista, si tuvieran decencia, no se atreverían ni a
abrir la boca. Estoy simplemente harto de escuchar a los mismos cretinos de
siempre, decir las mismas mentiras y estupideces de siempre. Están mejor en
Twiter, miren ustedes, que les voy a decir, con su bienaventurada limitación de
140 caracteres, y muchos caracteres me parecen ya para alguien que dice
defender el derecho de las mujeres a ser madres negándoles el derecho al
aborto. No necesitamos tribunas nuevas para lo mismos políticos de siempre, que
ya van sobrados de ellas. Lo que necesitamos es el “ya no aguanto más” de una
audiencia enfebrecida dispuesta a quitarse el zapato y tíraselo a la cara a
tanto orador de medio pelo y políticos sin agallas y sin miras. Figuradamente, claro
está, no me vayan a malinterpretar, que la idea es solamente una licencia poética
y en un zapato en cualquier caso caben muchas palabras y más, muchísimos más,
de 140 caracteres.
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