Me gusta Obama. Me gusta lo que dice querer y lo que representa. Y lo afirmo nada más empezar para evitar suspicacias antes de decir que me parece absurdo y sumamente precipitado que se le haya otorgado el Nobel de la Paz diez meses después de jurar su cargo. Este Nobel de la Paz me ha parecido siempre el más difícil de los premios que otorga la academia sueca. Es siempre el más controvertido y el que más errores históricos acumula. A algunos de sus ganadores habría que haberles exigido hace tiempo que lo devolvieran. Y puede que todos esos errores sean en parte debidos a ese afán de adelantarse a los hechos y premiar intenciones. Bush hacía la guerra preventiva y estos señores escandinavos al parecer otorgan los premios premonitorios. Premios por adelantado. Premios a los mejores deseos y premios por lo buenos que sin duda van a ser en el futuro los premiados. Y a cruzar los dedos. A lo mejor es que a la hora de la verdad no hay nadie sobre este mundo que haya hecho verdaderos méritos para merecer este galardón y de ahí esa necesidad angustiosa de buscar, a falta de realidades presentes, posibles futuras promesas. Pero si se trata de eso, si es esa la premisa, entonces esto no sería en realidad el Nobel de la Paz, sería más bien el Nobel de la Esperanza. Tal vez deberían plantearse el rebautizarlo. Y a Obama ese premio sí, no hay duda, le quedaría como anillo al dedo.
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