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miércoles, 27 de octubre de 2021

Pool Melocotonero

 

Entro en un mercado pintado de azul con estrellas amarillas para comprar diez kilos de melocotones. Pregunto el precio en los tres únicos puestos que hay. En el más barato están a un euro pero solo disponen de un kilo. Lo compro. En el otro puesto están a dos euros pero no les quedan más que ocho kilos. Me los llevo también y adquiero el último kilo en el puesto más caro a cinco euros. Hago cuentas. He gastado un total de veintidós euros, es decir, de media cada kilo de melocotones me ha salido a dos euros con veinte céntimos.  

Cuando voy a salir en la puerta me dan el alto los fruteros y una señora llamada Usurera Von Der Market. Ella me explica que en ese mercado el precio de "todos" los melocotones lo determina aquel que vende más caro, por lo que tengo que pagar a cinco euros cada kilo de melocotones que he comprado y que no podré salir de allí hasta haber abonado los veintiocho euros que aún les debo a esos señores (cuatro al primer frutero y veinticuatro al segundo).

Yo dudo, protesto y hago amago de resistirme. La señora Von Der Market me sujeta mientras los fruteros me sacan la cartera del bolsillo y se apropian el dinero que dicen les adeudo. Después se alejan de allí sospechosamente sonrientes mientras exclaman: “Benditos beneficios caídos del cielo”.

De pronto el móvil empieza a sonar. Tengo intención de contestar pero en ese momento me despierto. Estoy en la cama y el teléfono efectivamente está sonando, pero no se trata de una llamada sino de la alarma que había fijado para las cuatro de la madrugada. Es la hora de poner la lavadora.

lunes, 16 de mayo de 2011

No era esto

Abandonar a los estados miembros a su suerte si las cosas vienen mal dadas. Echar el cerrojo en las fronteras si un país recibe un aluvión de emigrantes procedentes de cualquiera de los más de mil y un desastres humanitarios que se otean en el horizonte. Esa es la propuesta ya defendida por una mayoría de los países miembros de la Unión Europea. Nos vendieron esta Europa como la de los ciudadanos. Siempre supimos que era en realidad la Europa de la empresas eléctricas, de la banca, de los fabricantes de automóviles y las compañías aéreas. La Europa de las multinacionales que se han hecho de oro con la misma velocidad con que la población se ha empobrecido. Y aun así aceptamos ilusionados el caramelo de una Europa sin fronteras con su moneda única que parecía sacada de una partida de Monopoli. Un sueño casi tan fantástico como una película de Disney para hombres y mujeres que medio siglo antes se estaban matando entre sí. Aunque el de Europa sea un matrimonio de conveniencia, como en cualquier enlace debemos estar unidos en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en la tristeza. En vez de cerrar otra vez las fronteras, Europa debería asumir como propios los problemas que se presenten en aquellos países que por su situación sean más propensos a recibir oleadas de emigración irregular, y ayudar a prevenirlos, a manejarlos si se producen y a buscar soluciones. Si no les gusta nuestra frágil y sensible realidad mediterránea que no nos hubieran aceptado de entrada. Nuestra particularidad geográfica no es cosa de hace dos meses. Es milenaria y está históricamente documentada. En las costas de Italia y España han desembarcado cuantas civilizaciones y cuantos invasores hubo a lo largo y ancho de este Mare Nostrum desde que el hombre existe. Nuestra delicada posición formaba parte del paquete que llevábamos incorporado cuando nos subimos a este barco. Y ahora que estamos en él no pueden recriminarnos, ni restregarnos por la cara, que los emigrantes que desembarcan en nuestras playas lo hacen en Italia o en España y son nuestro problema. No señores, no llegan a Italia o a España, llegan a Europa, a la misma Europa de Shell, de Bayer, del Deutsche Bank, de Endesa, del BBVA, de Nestlé, de Inditex, de Nokia, de Telefónica, de BP. No hay dos Europas, no puede haberlas. No podemos permitir una unión sin fronteras para las empresas y otra insolidaria y con controles para el ciudadano de a pie. No era eso lo que nos habían prometido. No era esto.