sábado, 21 de agosto de 2010

Toros: Arte y Tradición

Intento imaginar cómo llegó a su fin el circo romano. Imaginar los argumentos a favor y en contra de una tradición de siglos para cuya celebración se levantaron maravillas arquitectónicas que aún siguen en pie en Roma, en Pompeya, en Mérida, en Siracusa, en Verona. La tradición no es en sí misma una razón, sino más bien una excusa, pues a ella se aferran los que carecen de argumentos validos para sostener su posición. En cuanto a los que defienden el toreo como un arte, estos tienen sin duda más puntos a su favor, pues es innegable que arte hay, y mucho, en esa danza que el torero baila frente al toro, aunque también había arte en los gladiadores que se batían a muerte en la arena. Como arte había en el verdugo que cortaba de un solo hachazo el cuello del condenado. Que hasta para cortar cuellos hay que tener estilo, y no solo para hundir estoques, y alguno había que necesitaba tres o cuatro golpes para separar la cabeza del tronco del condenado y puedo imaginarme el enfado y la sonora pitada del respetable congregado para la ocasión.

Pero un día alguien debió presentir que aquello de dejar que dos hombres pelearan a muerte ante cien mil espectadores no era muy civilizado, y que tampoco lo era cortar cabezas en la plaza del pueblo, y dejaron el arte y la tradición de lado para avanzar en el sueño de ser más personas y menos alimañas.

Hacer una fiesta de la muerte de un animal es indigno de nuestra condición humana, hacerlo sufrir antes de darle muerte y celebrar con música y palmas semejante carnicería, no es propio de la sociedad avanzada del siglo XXI, es pura edad media. Cualquier otra consideración o comparación, incluyendo la de aquellos que siempre que se habla de toros traen a colación las langostas catalanas y los hígados de pato es salirse por la tangente, pues los que defienden la tauromaquia deberían saber que unos errores no pueden servir para corregir o justificar otros. Y cuando muchos tenemos la sospecha de que algo es inmoral e inhumano no se puede intentar desviar nuestra atención mencionando las ostras, ni los cuadros de Goya, ni los valores patrios, ni la fuente de ingresos fabulosa que son las fiestas de San Fermín. Tampoco es de recibo que se nos intente convencer de que si el toro bravo existe es sólo porque existen las corridas. Mal asunto si la única posibilidad de tener toros bravos en España pasa por utilizarlos para una carnicería pública en las fiestas populares. Existe algo llamado ecoturismo y son muchos los países que hace tiempo descubrieron que es altamente rentable proteger y enseñar sus riquezas naturales a los visitantes. Que le pregunten a Costa Rica. No, no queremos que nos respondan con nuevas preguntas como si fuésemos nosotros los que tuviéramos que justificarnos. Lo que queremos es que nos expliquen por qué hacen una fiesta en torno a la tortura, el sufrimiento y la muerte lenta y angustiosa de un animal sin que se les caiga por ello la cara de vergüenza. Cuando nos den cumplida respuesta a esto, si quieren, hablamos de patos, de langostas, de ostras y hasta del cochinillo de Segovia si se tercia.

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