domingo, 26 de julio de 2009

Negligencia

No me gusta la palabra negligencia aplicada a errores médicos. La Real Academia dice que la palabra es sinónimo de apatía, desinterés, desgana y abandono. No siempre son necesarias esas circunstancias para que un profesional se equivoque. Todos cometemos errores, numerosos y a diario. Cometemos errores en nuestra vida privada y cometemos errores en el trabajo. Diariamente se equivocan mecánicos, electricistas, auxiliares de banca, zapateros, cajeras de supermercado, tele-operadores, recepcionistas de hotel y taxistas. Sus errores nos causan por lo general inconvenientes pero no cuestan ninguna vida. Hay profesionales, sin embargo, que tienen en sus manos una responsabilidad inmensa, un error suyo puede causar un auténtico desastre, una tragedia. Un médico o un piloto de avión acuden cada día a sus puestos de trabajo sabiendo que no pueden permitirse el más mínimo fallo, conscientes de que muchas vidas dependen de ellos y de que todos esperan simple y llanamente que no se equivoquen jamás. Pero son humanos y a veces, como todos los mortales, se equivocan. Cebarse con ellos inmisericordemente cuando yerran, es monstruosamente injusto. Por supuesto, los mecanismos legales que permiten a los familiares o a las propias víctimas recibir compensaciones económicas por estos fallos nunca serán suficientes para aquellos que han perdido un ser querido o que deben verlos sufrir indefinidamente postrados en un lecho, pero no deberíamos jamás perder el respeto hacía esos profesionales que salvan y protegen vidas a diario, cuando en una aciaga jornada tienen la desgracia de cometer un fallo fatal. Hay que empezar por entender que ellos son los primeros desmoronados, hundidos y atormentados, y no hay que olvidar nunca que son personas y no máquinas y que lamentablemente no son infalibles.

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